domingo, 4 de enero de 2009

EL TIEMPO DEL BESO

Enormemente vivo aún a pesar de mi boca pequeña, sigo empeñándome en pequeñas guerras inútiles más propias de militantes antisistema o de anarquistas sistemáticos, que de un escritor con aspiraciones de parecerlo. Por ejemplo, si Vicent dice que no existe el tiempo, ahí me tienes a mí buscando argumentos que ayuden a sustentar la tesis contraria a la del maestro, tarea ésta que si bien en este caso me parecía a mí relativamente fácil de acometer, no tenía otra explicación ni otro motor que el de llamar la atención de los mayores a ver si alguien me hace caso de una puta vez. Pero abandonemos los psicologismos y vayamos al grano: afirmar la existencia del tiempo, del humano tiempo, es una perogrullada que descubrí cuando intenté imaginar un beso sin tiempo. No un beso a destiempo, que de esos hay muchos aunque siendo sinceros debamos reconocer que en la mayoría de los casos la culpa no es achacable al tiempo, ni tampoco de un beso dado en presencia del mal tiempo, ya que con las tecnologías disponibles a día de hoy bien podía uno haber echado un vistazo al meteosat antes de ponerse a besar nada. No. Me refiero a un beso atemporal, un beso que se despliega ajeno a todo tiempo. Mi tesis es sencilla. La humana lengua que con denuedo intenta encontrar su lugar entre el más o menos blanco acantilado de unos dientes que resultan ser ajenos, todo ello tras las carreras y persecuciones seguidas de desencuentro que tienen lugar en las playas del deseo, son sucesos que suceden y tienen lugar en, durante un, o a través de un tiempo concreto, que es el tiempo del beso, de forma tal que, planteado el condicional en la forma “si beso entonces tiempo”, y demostrada como quedará demostrada a su debido momento la existencia del beso, quedará demostrada de igual forma la existencia del tiempo.

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