viernes, 9 de enero de 2009

MORIBUNDO

Sale el espectro del animal moribundo y lo primero que se le ocurre como inicio de su nueva andadura es poner en práctica las viejas liturgias a través de las cuales los hombres salvajes tienen por costumbre mostrar su devoto culto a los dioses y a las armas. Sin embargo, morir subiendo unas escaleras de un infarto de miocardio no es lo que se espera de un gran héroe que mantiene relaciones adúlteras con la literatura, siendo como fue esa y no otra el tipo de muerte que le tocó en suerte a nuestro querido mamífero, de alma sutil y, quizás por eso mismo, inclasificable. Pero antes de morir sucedieron muchas cosas, parte de las cuales tengo el encargo les contarles hoy. En voz baja, hablaba el sería el muerto a su único diente, describiéndole el dietario voluble al que se someten las rocas para parecerse a las polillas, siendo así que éstas, en su ajetreo constante, son capaces de mantenerse ocultas aún estando a la vista de todos los demás, como también son capaces de hacer cambiar la dirección del agua dócil que avanza hacia el sumidero. Rabiosamente apacible, su muerte le hizo recorrer la última distancia parte a pie y parte de rodillas, imitando así los mismos medios de transporte que utilizó aquel exiliado cuando realizó el asombroso viaje que le permitió huir del país que tenía miedo a los bárbaros. La vida se le iba y, lo que es la vida, conforme menos vida tenía más claro veía que lo que mantenía encendido en él su hálito de vida era el recuerdo de los frutos de la niebla que fluyen en los campos de amapolas blancas y el derrumbe de las ninfas inconstantes, de intensa belleza, según recordaba, y lúcido vigor. Recuerdos de vida, al fin. Mezcla de tristeza y hambre, recordaba también en su estertor a las mujeres que no terminaban de ser amadas por los hombres y aquel bidón de gasolina que soñaba con una chica caliente, dos ejemplos típicos de aquello que uno no debe recordar mientras se está muriendo porque te pueden dejar sin respiración, sin resuello, y hasta sin sueño. En justa y recíproca indiferencia, a medio camino entre la delicadeza moral y la moral delicada, le vino al recuerdo aquella tarde en la que se dedicó a juntar cadáveres en una casa verde que daba cobijo a un burdel. Sin tiempo para más, me encargan que les diga que vino a su cabeza una especie de constelación de órganos dispersos en el girasol de las voces, recordado lo cuál, sin paz alguna, murió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario