lunes, 19 de enero de 2009

ORDEN

Colocado en el lugar que me correspondía, justo antes del concierto, tenía por costumbre limitarme a observar, si el tiempo lo permitía, las filas de granos que conformaban las espigas en el trigal. También conocí por aquel tiempo el orden impropio de la niebla y de las inexistentes siglas que insisten en ser lo que no son, así como el enigmático orden invernal que servía para enhebrar los paralíticos ojos del vecino. Pero todo eso duró hasta que me detuvieron. A partir de ese momento conocí con cierto nivel de profundidad el orden del ordeno y mando. Fueron días en los que la orden principal consistía en ir en fila porque las ejecuciones fuera de orden le ponían al capitán frenético. Era un orden éste con sabor a fila india y a dolor de carne cosida. Orden también de ríos noctámbulos que establecía un nuevo equilibrio entre las cargas y amenazaba con sabotear el orden magnético de las cosas. Llegados a este punto, cualquier lector perspicaz podrá imaginar que escapé en cuanto pude de la obediencia debida a tanta orden, y que la libertad llegó en la ribera de un río al que llamaban negro y todo gracias a un imán. Pero esa es otra historia en la cual no me puedo entretener porque en esta, en la que estoy, el orden tiene su importancia. Libre por fin, aunque enfermo, supe lo que era el orden lento de la aurora boreal, que es el orden de un cosmos opuesto ya desde pequeñito al caos, que en realidad no es sino otro tipo de orden más complejo y, sobre todo, más desordenado. Visto así el orden del día del vivir, intenté refugiarme en un orden mayor, que era el que me parecía ver emanar de los libros ordenados en las estanterías, y fue en las sucesivas inmersiones en la lectura donde descubrí los órdenes imperativos, y el orden cronológico, y después el orden natural, que es el que huye del artificio como de la peste. Del orden dórico ni les hablo. Después vinieron los órdenes lexicográficos y alfabéticos que ceden su lugar, en orden de jerarquía, al orden lógico, o al simple orden secuencial, de llegada o aparición, que son órdenes que aparecen como desprovistas de sustancia inteligente. En orden a los números, conocí las sucesiones de series numéricas, las pérdidas que se esperaban en las cuentas de resultados de algunos bancos de inversión, que eran del orden de chiquicientos mil millones de millones, y hasta la notación que es, al decir de los entendidos, el orden que adopta el algoritmo, que a su vez es, como su propio nombre indica, un orden con algo de ritmo. En el orden físico coqueteé con el espacio y el tiempo, observando cómo su orden coincidente, llamado contacto, producía la tan deseada sinergia. En el orden de las ciencias de la vida, el orden habitaba a medio camino entre la clase y la familia, siendo el estudio de ésta, de la familia, la que me llevó a la reflexión del orden social después del cual debiera llegar el progreso, cosa que no siempre ocurría, al menos en este orden, aún a pesar de que hoy, al parecer, está a la orden del día. Y hablando de órdenes contemporáneos, pareciera como si la burbuja ordenada en la que vive cada cual hiciera las veces de un orden público cada vez más desestructurado y menos público. No siempre la renuncia a la individualidad ha conducido a la organización y al buen equilibrio entre las partes. Debo confesar que, superadas las fases iniciales en el estudio de lo social, a punto estuve de pedir el alta en la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén como medio para ingresar en el orden divino por excelencia, pero como ocurrió con el orden militar, se limitaron con buen criterio a declarar mi inutilidad para tan alta estima. Y basta ya de orden.

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