domingo, 11 de enero de 2009

EMBELESO

Su nariz, alta y tajada, sobresalía como un farallón sobre su enjuto rostro, redimiendo así a tan capital cabeza de su místico embeleso y dejando al descubierto el melódico olvido que gravitaba sobre los últimos signos de su caminar severo. La turba de arena caliente, en bullicioso silencio, ajusticiaba una tras otra las escabrosas cavidades del aire, mientras las aceradas fierezas de su pensamiento, remedo de antiguas ponzoñas de origen reptil, le embaucaban con artificios de palabras y mentirosas razones. A partir de la derrota épica, eólica e inmisericorde que padeció en las tierras de los gigantes como consecuencia del prolongado y amoroso batallar en el que se viera inmerso, hizo mella en él la suspensión del movimiento y hasta del sentido, enfermedad ésta que si bien pasaba desapercibida para muchos de sus conciudadanos que se encontraban en iguales o peores circunstancias de abatimiento y atontamiento, lo cierto es que aminoraba la cadencia y la eficacia con la cual se afanaba en la resolución de entuertos y ponía en marcha proyecto para salvar doncellas de las garras de la violencia machista y patriarcal. Privado del desaliento que hacía mella su señor, y cercano en ocasiones a la lucidez completa, era costumbre del escudero devolver a su señor del embelesamiento en el que se encontraba diciéndole cosas que le sacudieran de su pasmo. Pero no siempre era posible, y lo cierto es que en esta ocasión no halló forma y manera de mitigar el aspecto melancólico y bobalicón del que hacía gala su señor caballero.

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