Equidistante entre la gloria prometida y una ruina cierta, se
encontró perdido entre el camino y el horizonte. Claro que hasta ahí, todo era
normal. De una u otra forma, cosas parecidas le ocurren a todos los hombres
perdidos. Lo que ya no es tan normal es descubrir que allí mismo, en esa tierra
de nadie, podía escuchar en la caracola de su propio pecho el sonido del mar,
de un mar seco que se esconde como el sol en el abismo de cada tarde.
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