De espaldas al sol, en escrupulosa penumbra, seguía la vida, y cuando los
primeros rayos de luz anunciaban el alba, seguía también la vida, la misma
vida, ahora más clara y bulliciosa. Así eran las cosas antes de que Josué
mandara parar el sol el tiempo suficiente para ejecutar la matanza. Nada del
otro mundo. Para que las estrellas volvieran a danzar su lejana coreografía
sólo hubo que esconder los recuerdos, abandonar la búsqueda del sentido, y
dejar que la brisa hiciera su trabajo. Luego todo volvió a la normalidad.
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