Se
trataba de un hombre común, alguien sencillo que, a diferencia de muchos
personajes de cierta valía, no recordaba nada relativo al instante de su
nacimiento. Además de una confianza a
veces insensata en los seres humanos, su único pecado conocido consistía en
padecer una atracción irresistible por el aterrador misterio de la belleza.
Quizás por eso había días en los que pareciera como si las contradicciones y
los interrogantes, en alianza natural, disfrutaran aplastándole contra la
tierra.
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