Tanto insistir en que todavía no era el momento y en que todavía no era el
momento, que el momento nunca llegó. Por un tris -un exceso de prudencia
bobalicona dicen los del lugar- la risa, el alboroto y la pura sorpresa no
encontraron su momento, de modo que finalmente todo lo que pudo ser quedó
reducido a un instante de infinito silencio racional y cobarde que no habitó en
alma alguna y que el tiempo se encargó de barrer.
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