Acurrucado
en el hueco que quedaba debajo de la escalera esperaba no se sabe qué. Y
escuchaba. Aquellas palabras bien podrían proceder de algún pájaro parlanchín,
o tal vez de alguna máquina reproductora de sonidos, pero no. La letanía de
preguntas que escuchaba bajar procedían del tercer piso tenía su origen en una
boca de amasijo carmesí, y en unos ojos vacíos y tristes, como maltratados por
la fiebre, todo lo cual apareció en el rellano del portal coronado por un
ridículo sombrero de paja.
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