Permanecía
despierto durante horas mientras leía con detenimiento una y otra vez el manual
del nuevo cepillo de dientes sin otro objetivo que vencer la nada. Se sentía
indigno de la lástima que él mismo se profesaba, pero lo cierto es que nunca
debió haberse dejado tatuar ese ancla en el pecho. Fue una decisión súbita,
como la de comprarse un cepillo de dientes eléctrico, y es verdad que no había
forma humana de prever lo que sucedería después, pero nunca debió hacerlo.
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