Aquel
día, en su diario de sueños, tomó nota de una lluvia extraña que descompuso el
aire en pequeñas trizas que contenían algo parecido a una luz sorda e inquieta.
No era la primera vez. Ya con anterioridad había observado cómo, fruto del
vértigo original que impulsara los orígenes al mundo, la atmósfera podía
degradarse al extremo de caer al vacío tal cual se ahueca y cae la pintura de
la vieja pared; tampoco era la primera vez que veía caer a una persona en manos
de la esclavitud por causa de una pasión.
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