Desmemoriado y sin norte, prácticamente inexistente, deambulaba de suicidio
en suicidio inventando espasmos y hurgando en mil insomnios en los que
invariablemente parecía haber llovido sobre mojado. Así las cosas, estiraba su
locura como si de un chicle se tratara, atiborrándose de sexo sórdido, aunque
sexo al fin, y dejándose llevar por el asombroso eco de unas palabras siempre
ausentes. Todo sucedía de forma tal que los vacíos y los vértigos se acumulaban
sin que encontrara forma de taponar tanta grieta. En fin, lo que se dice un mal
día.
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