Los deseos se confabularon y, una tarde de esas tontas, se hicieron
realidad. En un instante los brazos se convirtieron en alas de sal y en
el instante siguiente echó a volar muy por encima de cualquier arquitectura y
de cualquier miedo. Una tras de otra las máscaras cayeron de sus bolsillos
mientras esta ave desconocida y rara, con el corazón henchido de vértigo, se
concentraba en traspasar con elegancia todos los abismos y las espumas de
profundidad infinita que salían a su paso. Como todo tiene un fin, él despertó,
y al despertar lo sublime dejó paso al desasosiego, lo extraordinario a lo
vulgar y, segundos después, todo dejó paso al silencio.
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