Abrumado
por una espesura de estrellas, la noche finalmente explotó en millones de
diminutos fragmentos que antaño constituyeron su ser. Pero él no se inmutó.
Siguió bebiendo vino del más rojo hasta que un vendaval de sentimientos
huracanados arrancó de él la primera lágrima. Bien mirado, la vida entera de
aquella lágrima fue un visto y no visto
que comenzó en el lagrimal y terminó en la lengua. Pero él no se inmutó.
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