Reflexionando a propósito del amor, pensaba que la amaba con premeditación,
sin excusas, todo lo adrede que le permitía la física, el físico, las
circunstancias y su propia historia. Sobraban subterfugios y metáforas: cada
madrugada, cuchara en mano, se dirigía a la mismidad de su corazón dispuesto a
desayunarse una buena porción de aquella alma que tanto amaba, y con las
mismas, por puro gusto y sin necesidad de comentario alguno, le ofrecía el suyo
bien aderezado y servido con guarniciones de palabras, insomnios y canciones. Y
así pasaban las horas, y los días, y llegaron los aniversarios de alas de
mariposa, sin que el cansancio ni el escualo de las azores pudiera hacer nada
por evitar tamaña locura gastronómica.
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