Una tarde perdió su alma. Al darse cuenta, buscó y rebuscó por todos los
rincones de la casa, preguntó al portero, a los compañeros de trabajo, en la
tienda de los chinos, y nada: el alma seguía sin aparecer. Los días pasaban y
conforme la oquedad y el vacío se iban acrecentando en su interior, empezó a
sentirse débil y demacrado, y a preocuparse de verdad. Pensó en pedir ayuda. Carteles
por las farolas del barrio. Ir a la televisión. Pensó también en entregar una
recompensa a quien la encontrara y se la devolviera pero ¿qué recompensa puede
ofrecer un hombre por su alma perdida?
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