viernes, 14 de febrero de 2014

DESPIADADAMENTE HUMANO


Despiadadamente humano, arrastraba por las calles amplios catálogos de imperfecciones que tenían como corolario una irredenta necesidad de amar. Eso lo convertía, per se, en un ser afectivamente dependiente y vulnerable. Dicen que fue ese amar sin sueldo fijo, esa brega permanente contras las abulias y modorras propias y ajenas sin más arsenal que unas truculentas tortillas de besos, poemas y locuras, lo que aportó a su rostro una transparencia de nácar cercana al paludismo. En onomásticas señaladas, se acercaba a la pantalla sólo para gemir delante de ella.

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