Después
de la tormenta, un algo volador salido de la nada llegó exhausto y empapado
para caer de golpe sobre el porche de mi jardín. Era tal su debilidad, que
parecía un ser de una especie aún por descubrir. Aterido, me miraba con los
ojos completamente fuera de las órbitas mientras su corazón palpitaba en mi
mano a razón cien mil pulsaciones por segundo. Lo amé mientras pude, pero la
lucha con la parca fue desigual y se fue con la última línea rojiza del sol.
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