Se puso el cielo por montera y, atravesando nubes, terminó posando sus
plumas sobre el único trocito de almohada milagrosamente despejado de
pretendientes. Se le vio volar entre sus pechos, dejándose llevar por las
cálidas brisas de coral que, llegadas de desde el ecuador de los sueños
imposibles, le permitían planear hasta la comisura misma de sus labios. Sabía o
se imaginaba cosas terribles, que se detenían a un aliento de distancia de su
boca.
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