La poquedad de sus palabras quedaba compensada con la desbordante
exuberancia de la que hacía gala en sus besos virtuales. Rara vez decía te amo,
pero había que verlo metido en la harina de las lenguas y las carnes
electrónicas, en ese frenesí de húmedos guasaps con los que inundaba cualquier
aparato susceptible de ser atiborrado con sentimientos en forma de ceros y
unos. Su amántica forma de huir de la desidia eterna, unido a una tirria
congénita hacia el señor Morpheo, la permitía resucitar indemne detrás de cada
devaneo.
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