Nunca
llegó a pertenecerle por completo pero, aun así, no puede decirse que le fuera
mal: se alimentó de una especie de suerte residual que, al transmitirse por el
aire, le permitía saborear con disimulo bocanadas de suerte ajena a un coste
digamos que razonable. Con cada liento se fortalecía aquello que de famélico
infortunio había en su alma, de forma tal que, mal que bien, podía ir
ahuyentando la fatalidad y continuar camino hasta el próximo suspiro, sin perder
del todo su resuello vital. Fue substancia asombrada y -recuerda con orgullo- fue
diez veces feliz.
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