Observaba
el mundo con detenimiento a través de sus lágrimas y, aunque algo borroso, lo
que veía no le desagradaba en absoluto. En lo más profundo de su cabezota
disponía de un gélido motor inmóvil que no paraba de mezclar las imágenes con
los recuerdos, y estos con los deseos, y los deseos con los relámpagos, y todo,
todo, le hacía evocar la inalcanzable sonrisa de una morena sonrosada cuya
única misión parecía consistir en crear la suave brisa que, sin tregua, recorre
la tierra.
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