El
día en que la realidad perdió su razón de ser, Nellys se encontraba de viaje
por una de las tangentes más externas al mundo. Y lo sintió como la que más. Como
ella, fueron muchos lo que se encontraron ante un vértigo innombrable e
inexplicado, algo más propio del misterio que de ninguna otra cosa conocida: millones
y millones de viejas leyes fueron violentamente destruidas, y se podían ver por
doquier mareas de razones disfrazadas de sombras que escapaban en todas
direcciones de aquella hecatombe racional dejando tras de sí un sin fin de huellas,
premonitorias muchas, herméticas las más, e inútiles todas. Con todo y eso, el
día en que la ficción se hizo con las riendas de la situación las cosas
continuaron sin ser fáciles: cada cuál se vio en la obligación de encontrar la
manera de comerse su corazón y el del vecino, sin manchar la cucharilla ni causar
excesivos daños colaterales. Nellys nunca se adaptó.
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