No consta que yo sepa en ningún gran tratado a propósito de las
pasiones humanas, pero los ardores que manifestaba cada vez que pasaba por el
escaparate de Intimissimi son dignos de estar recogidos en cualesquiera de
ellas. Esa colección de enaguas, ligas, ligeros, corsés y guêperiès le
procuraban un vértigo tan profundo, tan diabólico por así decirlo, que llegó a
la conclusión de haber descubierto algo horrible. Se trataba de sensaciones
parecidas, pensaba para sí, a las que sintió aquella noche de verano en la que
descubrió que la desvencijada puerta del granero de su tío Enrique hablaba. Sí,
como lo oyen: la puerta hablaba o, para mejor decir, graznaba. En el caso de la
tienda lo que hablaba provenía de sus entrañas y estructura lingüística era muy
básica.
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