Una masa de rostros miraba hacia el cielo. Desnucados de por vida,
se disolvían unos con otros entre piadosos y aterrorizados mientras observaban
aquella mole que venida de muy lejos iba a liberar su espíritu de cualquier
temor. Todos los presentes, incluso aquellos a los que les gustaba los martes,
segregaban millones de endorfinas inútiles. Todos los efectos, por fin, salían
al encuentro de la causa primera.
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