Sólo un hombre, uno, fue capaz de encontrar la escalera que
construyeron unos locos y que conducía a los insondables laberintos de la vida
interior. En medio de un vacío hostil y casi perfecto, respirando una atmósfera
que parecía anterior a los hombres y anterior al mismo aire, fue descendiendo
por aquellos escalones y, conforme lo hacía, notaba cómo los días y las noches
giraban sobre él contagiándole de su inquietud mecánica. Hacía siglos que no
dormía, pero continuaba su inmersión sin aparente menoscabo de su dignidad.
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