Atento al devenir de los astros, y contaminado como estaba tanto
por el pasado como por el porvenir, resultó ser poseedor de una capacidad
especial -un don terrible al decir de algunos- consistente en presagiar el
dolor. Tan aciaga era su gracia que todos –animales de todo tipo y condición,
algunas piedras, las plantas todas- huían de él. Transmitía sus presagios a
modo de sermones construidos con mucho miedo y hechos, al modo de las antiguas
pitonisas, para decirlo todo sin decir nada, de modo que sus palabras
conformaban un laberinto especialmente propicio para la confusión. Sabía
también de las melodías que acompañan a los sueños y tenía visiones interiores
tan ingratas que había jurado olvidarlas. Pero nunca lo logró.
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