De
su boca salió la saliva en la que los tibios ahogaron sus penas. Algunos se
acostumbraron a la acidez de la baba sagrada y sobrevivieron. Otros no. Pero a
pesar de que a primera vista pudiera parecer lo contrario, no fueron estos
supervivientes los más afortunados ya que, aún reptaban muchos en medio de un
barrizal de espumarajos, cuando cayó sobre sus cabezas un ritual sistemático de
fuego y destrucción. Quedaron finalmente los justos, los niños. Fueron ellos
los que pudieron escuchar los acordes de la trompeta de Davis, que es como
decir de la trompeta de David, y ahí sí, las murallas cayeron y todo
terminó.
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