Tenía un ojo azul humo y el otro gris opalino, de modo que cuando
miraba el mar, lejos de ver las agitadas masas de océanos verde oscuro o azul
turquesa, aparecía ante él una especie de resplandor de color ceniza
acebollada, algo indescriptible que no tenía aspecto de materia, ni de imagen,
ni siquiera de sensación, y que sin embargo parecía igualmente capaz de dar
cabida en su seno a un mundo líquido, orgánico y mineral engañosamente eterno.
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