Poco sabía la poesía de gallos ni de gallinas, pero bastó que un
poeta olvidadizo y poco aseado se apartara del trillado camino de todos los
días, a su riesgo y ventura, para que aquella injusticia tornara a su fin. Fue
así como millones de olvidados seres de aspecto galliforme - la gallina ciega,
la de agua, la chotacabras, la turuleta, la fría, la que deambula perdida por
perdida por corral ajeno,…estaban todas- se encaramaron en las barbas de los
letrados demiurgos, reclamándoles su lugar en el olimpo de la palabra.
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