Sabía demasiado. Sentía demasiado. Y solía ocurrir, quizás por
eso, que en los días de bruma la vida se aplazaba y todo era silencio y
estupor. Pero si en vez de vapor y niebla los meteoros adoptaban forma de
lluvia, entonces declaraba su alma inhabitable y dejaba que el chaparrón se
apoderara de él.
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