miércoles, 27 de mayo de 2009

CUENTO DE INVIERNO

Pareciera como si hoy, al igual que en ciertos cuentos de invierno, la sangre se esparciera sobre la sangre y reinara por doquier la convicción de que nunca se llegará a saber lo que va a suceder en los próximos cinco minutos. Pareciera. Lo único cierto es que, aquí y ahora, ni hay cuento que valga ni es el invierno el que asuma sus narices por la ventaja, y la única coincidencia que encuentro es que, como en el cuento, yo tampoco alcanzo a saber lo que va a pasar de aquí a un rato con ese curioso impertinente que, instalado en su particular desierto de pasados posibles, se refugia en la mesa de enfrente tras un café con leche en taza grande y con la leche templá. No pasa nada pero pareciera que pudiera pasar de todo en cualquier momento. No sé si son sus ojos ligeramente líquidos, o los míos, en igual estado de liquidez, los que me hablan de pueblos sumergidos que subsisten bajo las aguas de un embalse, pero con embalse y todo sigue sin pasar nada. Sus manos, apoyadas sobre horizontales acantilados de mármol, dan soporte por momentos a la luz del cristal, al libro y a su vieja calavera milagrosamente revestida aún de carnes y aderezos epidérmicos. Tampoco pasa nada ahora que se adueñan de mí los espejismos cotidianos de los que se alimenta un realismo sucio de andar por casa que inevitablemente concluye en el sueño de una salvación transgresora y misteriosa. No sé si sueña o no, pero pareciera muerto de sueño, claro que bien mirado a lo mejor soy yo el que, muerto y todo, no hago más que soñar. Si es eso, lo que sueño ahora es que mientras en la cima del mundo tiene lugar la batalla de los egos, y sueño también que su dejadez, su forma de dejarse caer sobre la mesa, me recuerda no sé por qué la vieja historia del mago descalzo y de la princesa que se pasaban el día pasando de lo imaginario a lo invisible y de lo invisible a lo imaginario sin más requisito que su propio gusto y voluntad. No pasaba nada y además empezaba a percibir que en este hombre no había voluntad alguna de que pasase nada, a pesar de que tanto él como yo sabíamos a ciencia cierta que los secretos acordes de la nada siempre terminan por pasar. Las aguas de mi bourbon parecían más turbias de lo que en realidad eran. El alambique no debía ser de buena calidad y el final de este estado de cosas no pareciera llegar nunca. Cuando el camarero me despertó, el tipo continuaba allí y seguía sin pasar nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario