viernes, 22 de mayo de 2009

UN DESLÍZ

No hay más que verle retorcer el pescuezo a la gallina para entender que estamos ante un hombre extraordinario. Extraordinario y algo misterioso. A solas con su conciencia habla en yiddish, sin embargo, a la hora de comunicarse con el exterior, por un criterio de estricta practicidad, dizque prefiere el inglés. Así ocurre que no hay forma de que humano alguno le entienda por el Valle de los Pedroches, Córdoba, que es donde vive, salvo los estudiantes, hijos de algún paisano del pueblo, que vuelven de la capital para descansar el fin de semana y ver a la familia. El caso es que este hombre, un día antes de la felicidad, justo el día de antes de la felicidad, tuvo un desliz. Se le ocurrió preguntarse por el sentido último de algo, no importa ya el qué. Y lo pagó caro. Ya en su día no tuvo más remedio que huir de la sombra que fue, y es por eso que se buscó refugio en medio de este hermoso secarral, y ahora, después de vivir sin noticias de dios durante más de veinte años, fue incapaz de digerir las consecuencias de una pregunta mal formulada y que venía a reflejar, a fin de cuentas, lo que parecía inferirse de forma natural y lógica del mero acontecer de los sucesos: que el mundo era absurdo e insensato. Enrabietado consigo mismo, salió al campo hecho un enigma más que un obelisco, e intentó desentrañarse a sí mismo destripando terrones que cogía con las manos. Como es de suponer, el día llegó y la felicidad pasó de largo sin que mostrara la ninguna curiosidad por el penitente aquel que, con las rodillas hincadas en tierra y lágrimas en los ojos, rogaba en silencio por su alma.

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