domingo, 10 de mayo de 2009

SALOMÉ

El aire convertido en grito surcó verticalmente el espacio en busca de orejas que se hiciera eco de sus demandas. Así fue como la imagen del Bautista degollado, y la de su cabeza servida en bandeja de plata, trajeron a mí memoria el recuerdo de otras imágenes que a su vez servían de llamada a otras más, hecho prolífico este, el de la sucesiva convocatoria, que me venía al pelo para apuntalar una idea que llevaba barruntando desde hacía un tiempo. El olvido nunca es completo, decía esta idea. En la ligazón de actos de creación espontánea, los humanos gestos se van ordenando hasta componer sombras sin voz ni sangre que se mueven de neurona en neurona llegando a configurar el caldo de cultivo propicio para una sabiduría adenítica, una especie de saber hacer entre instintiva y prebásica. Y es a cuento de esto que viene lo de Salomé. El embrujo de Salomé es el mismo que el de los dioses que se crean a imagen y semejanza de sí mismo y que bailan para sí sin otro objetivo que el de vivir en paz. Juegos de espejos cóncavos en los que yo también quiero creer, como cualquiera que viva amancebado con un domador de sueños en forma de mala conciencia. Ya quedó dicha, para escarnio de los incrédulos, la gran verdad: mientras las mujeres sigan engendrando, seguirá en vigor la muerte. Ahora, los excrementos de pájaros, aleatoriamente ubicados, adornan las últimas imágenes del juicio final. Salomé. Bastó que posara un dedo sobre sus labios para que las teclas se quedaran en suspenso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario