jueves, 7 de mayo de 2009

FÉNIX

Incapaz de distinguir el arriba del abajo, perdió el control de sí mismo, y lo perdió de forma tal que todas las noches se derretía con lentitud bajo la superficie de su propia piel. Se suponía que al amanecer, cuan ave fénix, resucitaría de nuevo solidificado en forma de paisaje cacofónico. Los densos recorridos en los que venían a resolverse sus inmersiones nocturnas venían a confirmar lo que ya se sabía: que no hay historia más triste que la de la traición, y que no hay peor traición que la de engañarse a uno mismo. En tal contexto, resultaba paradójico su afán por resultar creíble, objetivo éste al que dedicaba la totalidad de sus cada vez más exiguas fuerzas, y que le llevaban a construir claras mitologías cotidianas, limpias y sencillas, elevadas como paisajes de redes que nacieron fruto de múltiples y dolorosos experimentos con la luz. De nuevo la luz. Hoy era mediodía cuando el iris de su ojo resultó herido, precisamente por la luz.

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