viernes, 1 de mayo de 2009

EL GRAN IMPOSTOR

Espía en su propio mundo, el gran impostor acataba una tras otra las normas que le habían sido dadas y pensaba que el abismo de todos los días es un lugar más o menos grande al que vamos arrojando las rutinas cotidianas y que algún día terminará por engullirnos después de haber respirado, por fatal descuido, sus fétidos gases de ultratumba. El pasillo de su casa se le antojaba un mundo ancho y ajeno repleto de matemáticos y cirujanos que se tornaban en albañiles y drogueros si es que la cosa venía a cuento, o en profesores de lenguas muertas, pastores de almas o en exorcistas, en el caso de que la trama del día cogiera tintes de clásicos pensamientos funerarios. No resultaba tampoco difícil tropezarse, en modo alguno, con físicos o con metafísicos, dependiendo de si el argumento iba de lo tangible o de lo que están más allá de lo tangible, o de secretarios y jefes de gabinetes si la cosa se torcía por las veredas del alto politiqueo de alcantarilla. También podía ocurrir que uno se tropezara con afamados zapateros y desconocidos poetas, con impresores de vietnamita, con centinelas de oscuras cárceles y pintores de cuadro único, con maestros o con fruteros, o con tratantes de blancas y pellejeros,…en fin, que aquél pasillo parecía un jubileo. Mentido y amordazado por su propia mentira, hilvanaba excusa tras excusa, mentira tras mentira, y los unía a una retahíla de auto halagos gratuitos, inexactos, fruto de un continuo ejercicio de tergiversación. De hecho, el gran impostor fingió estar muerto durante toda su vida como fingía deambular por un largo pasillo a modo de purgatorio, hasta que finalmente se hizo realidad su frágil simulacro.

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