jueves, 21 de mayo de 2009

EL CRONISTA

Amante del insomnio y de las lunas, del calor y de las siestas, éste hombre, tranquilo como el que más, esperaba sentado a que las cosas pasaran para, una vez pasadas, seguirlas la pista desde lejos y levantar a renglón seguido acta meticulosa de los acontecimientos que habían pasado en el orden mismo en el que éstos sucedieron. Deslavado como tantos otros seres que habitaban por aquellos andurriales, estaba su caso más justificado que el de otros ya que no dejaban de pasar cosas constantemente y no tenía tiempo para según que detalles relativos a su higiene personal, estando en cuerpo y alma dedicado, como de hecho lo estaba, a ser cronista de los acontecimientos que pasaban por allí. Por esas u otras razones, lo cierto es que hoy, siendo viernes, echaba en falta la pesadez del lienzo mojado con el que solía atusarse la cara y los brazos, y las mudas limpias que le traía su mujer un sábado sí y otro también. Profesaba el cronista una callada y dolorosa devoción por el miedo que se esconde y nos acecha. De hecho, más de una vez sintió miedo y se sintió desamparado y desnudo ante el misterio de los demás. También tenía otros miedos, pero de menos intensidad. Pongamos un por ejemplo. Como decía cometer muchas tonterías, pensaba que el día en que todas las tonterías se juntasen le iban a matar, y también pensaba que se convertiría en agua y desaparecería en el manglar vestido de algas mientras las pirañas devoraban sus despojos. De esos miedos nunca levantó acta ni crónica alguna porque decía que bastante tenía con lo suyo y que, además, para eso estaba yo.

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