sábado, 23 de mayo de 2009

YO

Fui fabricando mi yo como buenamente pude. Me supe hablador o plantígrado, me imaginé mago, comenoches, princesa o suicida según las apetencias o las necesidades de un guión que iba escribiendo sobre la marcha y que no parecía tener un sentido y una dirección precisa. Las ocurrencias se iban sucediendo conforme llovían las mañanas y los soles ponían sus huevos de luz, y acontecían también, me refiero a las ocurrencias, conforme alguno de mis yos asistía estupefacto al paso del tiempo y mudaba de subjetivo en subjetivo, reconvirtiéndose a su vez con el transcurrir de los días en sujeto paciente o en otro objeto más o menos móvil de otros yos que, en extravagantes indumentarias, salían a escena. Yo que usted, oí que decía un yo laborioso a un yo apático, es decir, si yo estuviera en su lugar, no adoptaría una actitud tan displicente. En cada una de mis encarnaciones me dotaba de karmas distintos que se fustigaban entre sí y que estallaban en sonoras carcajadas similares a las que emiten las piedras de la paciencia cuando se despanzurran al chocar contra el abismo de la última confesión. Todas las mañanas mi yo pecador se confesaba a un dios que resultó no ser otro que otro yo, mezcla, eso sí, de ternura y crueldad extremas, proclive a la ira y sensible a la venganza, y dispuesto siempre a redimir a cualquiera que pasara por ahí con tal de que no fuera un familiar cercano. En el reino de las historias y en la selva de las palabras, avanzaba en zigzag de aventura en aventura en busca de unos brotes verdes y estables que me permitieran abandonar mi nomadismo travestido y asentar la cabeza de una santa vez. Pero nada, que no había forma. De vez en cuando, especialmente después de un desdoblamiento profundo, el yo que habitaba dentro de mí y hacía de acusador cascarrabias supuraba una queja vaga y laberíntica, a medias entre los sueños y la angustia, entre la tierra y las cenizas, una queja lastimera que me llamaba a repensar el origen mismo del mundo. Vana esperanza. Ese débil hilo de llanto al que llamo queja y que podría llegar a ser el inicio del final de todo, en realidad estaba anunciando el nacimiento de un nuevo yo.

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