viernes, 29 de mayo de 2009

EL TIEMPO EN EL QUE FUIMOS

De vuelta a la carretera tuve la sensación de que algo se me olvidaba contarle. Me ocurre a menudo. El deshielo de la memoria hace emerger en mí los grupos de objetos abultados que, a modo de almas rezagadas, pesan y flotan como sólo saben hacerlo las focas monje y las almas cansinas. Tentado estuve de volver a la gasolinera donde había dejado a esa especie de deidad yoruba que, sin conciencia clara de sus límites, y afectada sin duda por viejos delirios y fiebres, era capaz de concebir mares océanos de óxido en los que navega la chatarra. Pero ya era tarde. Las geografías de las emociones y los sentimientos se bifurcan abrazándose y rechazándose entre sí creando, sin saberlo, alturas de frescas dependencias y hondos valles de recelos. Y más ahora, que es tiempo de migraciones y de mundos sumergidos que emergen para volver a sumergirse en otros mundos. Además, tampoco es que lo olvidado resultase trascendental en modo alguno. Se trataba simplemente de un comentario: ya sé lo que es ese silencio que escuchamos al irnos y que tanto la intrigaba: somos nosotros mismos, una vez agotado el tiempo en el que fuimos.

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