lunes, 4 de mayo de 2009

DESOLVIDOS

Tiembla el ondulado trino del jilguero en su marcha enajenada a través del éter, ciñéndose así a lo acordado con el pico de aquel otro inventor de cantos, como tiemblo yo sólo de pensar que nunca alzaré el vuelo. Y es que en el aire todo es camino, y aunque los sutiles torrentes de luz nos llegan a todos por igual desde los misteriosos luceros que ya Galileo vislumbrara con su lente, mis ojos escrutan esos mismos cielos pero nada ven porque carecen de recuerdos y de paradigmas soñadores que aclaren si soy yo el que gira alrededor de la nada o es la nada la que me abraza girando. Guardo su ausencia de todos los días entre los dedos de mis manos, mirando con desdén la distancia y el tiempo que nos separa. A eso me aferro, y el alma torpe que soy huye tropezando entre susurros de labios mientras no dejo de desfacer desolvidos e inventar besos de largo aliento. Y eso me salva del miedo a la brevedad y de la colgante estación de horas muertas que destilan su eterno e insípido presente delante de mis narices.

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