sábado, 16 de mayo de 2009

LA BESTIA

Vive como una bestia. Lo conozco. Es mi hermano. Mutilado, desgarrado en su interior por una sucesión interminable de desdichas, camina bordeando los límites del minúsculo apartamento en el que dormita hasta que, vencido por el miedo o el cansancio, siente caer su cuerpo en medio de lo que antaño fue una moqueta gris y hoy no es si no una terca estructura pensada para dar soporte a la mugre en todos los estados que quepa imaginarla. El sordo rumor de la timidez y restos de un antiguo decoro apenas si logran desdibujar tanta dejadez acumulada. Al despertar, aún con la cabeza en el suelo, observa lo que le parecían altas paredes colmadas por altos lamparones donde iban a morir unas sombras que parecían andar como borrachas en medio de un mar de telarañas. No importaba la postura: la larva del suplicio, mezcla de búsqueda y azar, se adueñaba invariablemente de su cuerpo. Juraría que estaba endemoniadamente muerto si no fuera por el fuertísimo dolor de cabeza y el griterío de sus tripas que le demandaban cuestiones básicas de entender hasta para un cavernícola. Como pudo se levantó y como pudo caminó encorvado a través de los últimos puentes que le quedaban intactos entre el alma y la realidad. Al fin llegó y abrió la puerta de la nevera. Embobado, dejo pasar las horas mientras miraba el lento deterioro de algunos alimentos que malvivían milagrosamente aposentados en los oxidados estantes, trozos irreconocibles que no han sucumbido aún al inefable buen hacer de los gusanos y los mohos. Cansado después de una observación tan detallada de los procesos degenerativos de la materia, no supo que hacer. Al fin y al cabo, la irreverente disonancia entre el ser y el no ser se mueve con demasiada facilidad entre las reglas de la incertidumbre y nadie sabe con certeza si un sombrero es un sombrero. Yo tampoco.

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