martes, 5 de mayo de 2009

MÁS TEMPESTAD

Aprovechando las nervaduras de su piel, clavo mis ojos en ella cosiéndome cada noche a su relámpago y zurciendo así los ecos con las luces. Alta, muy alta para mí, queda la bóveda de estrellas. Ese es el escenario propio de la tempestad. Función derivada de la sal. Fulgor de óxidos de zinc. Salazón de lágrimas. En el momento cumbre, cuando más arrecia el miedo, me ovillo en la sentina de mis ojos y oculto allí toda la luz que soy capaz de asumir como propia. El resultado es un ser modulado contador de cuentas de café que respira al son de indistintas ráfagas de dichos y hechos, y un barco de fieltro blanco habitado por árboles de fieltro blanco que navegan rodeados de penumbras voraces en pos de sueños oceanográficos. Quillas que brujulean por el rompiente. La calma llega a mí en forma de madrugada y ojos de color vino amor, que no cambiaría ni por todo el oro del Perú.

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