sábado, 9 de mayo de 2009

EXTRAÑEZA

Atento a una oscuridad no por esperada menos profunda, me sumergí hasta el centro mismo del páramo y aquel paisaje, créanme, era algo muy parecido a lo que los especialistas en diseño de interiores llamamos desolación. La noche absoluta, inquieta compañera del temor, tachonaba con ventanas ciegas los ya de por si oscuros pasadizos y las altas techumbres en las que, otrora, pacían las estrellas. Si no fuera por los desperdicios propios del olvido, y por urgencias que no me detengo en relatarles, podría contarles algún detalle más sobre la oscuridad de aquel callejón, pero debo cambiar de tercio y hablarles ahora de las devoradoras fauces de una luz que parecían surgir, a lo lejos, del centro mismo de la extrañeza. Conforme me aproximaba, más me parecía conocer la historia, y mientras andaba, por dentro me reía de buena risa. La fuente de la luz me condujo al fin a una puerta apenas entreabierta. Después de una mirada detenida y paciente, me pretexté que nada me obligaba a abrir esa puerta, pero como casi siempre ocurre, ignoraba la verdad sobre mí mismo. Los cadáveres, en simétrico orden de formación, abarrotaban aquello que resultó ser una morgue.

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