domingo, 28 de junio de 2009

ANTES QUE AHORA

Fue antes que ahora que tuve que esperar un buen rato a que la tela fuera traspasada por el acero del poema, de la misma manera que fue hermoso contemplar al torturado lenguaje, vulnerable como un puerto sin nombre, sumando páginas y más páginas al compás de una vocación extraviada que nadie entiende. Afortunadamente, nada hay que entender. La certeza de mi soledad se convierte en un dragón que salta al vacío desconociendo por completo el noble arte de volar. Se trata de un dragón de tierra que tuvo en el rotundo canto de un villano al que, en la penumbra de la luz de gas, me parezco bastante. Pero todo eso fue antes que ahora. En el ahora de después de antes no hay nada más concreto que la contenida violencia del viento azotándome la cara. Una cara, mi cara, que no entiende nada, y sin embargo lo dice todo. Es ella, por ejemplo, la que denuncia el temerario comportamiento de mi ombligo, que pareciera no tener fondo, y que entre la pelusilla de sus recovecos ha engendrado un nuevo personaje loco que se empalma sólo de pensar en una virgen de plástico que vio expuesta en un escaparate de “El corte chino”. Se trata de alguien que nunca supo dónde ir y mucho menos para qué. De hecho, podría haber terminado como repartidor de pantuflas, con la consecuencia inevitablemente de haberse extinguido sin pena ni gloria al compás de los magros platos infestados de cuervos con los que se desayunaba todos los días. No le culpo de nada. Me refiero al ombligo. Hago mía su tontería, su locura y muy especialmente su ceguera, y no me queda otra que asumir con cristiana resignación sus creaciones de antes y de ahora, sin otro alivio que pensar en aquello de que no hay mal que cien años dure.

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