Aprendió a hablar con letras, y eso la salvó la vida. Con dificultad, una tras otra, las repetitivas y machaconas letras se fueron asociando entre sí, al igual que los sonidos, y los unos y los otros se juntaron a las cosas, y las cosas a las ideas, y a partir de ahí, el milagro. Pero lo del milagro vino después. Al principio lo que sucedió es que aprendió a leer y empezaron a pasarla cosas. Muchos años después, sentada en la puerta de lo que fue su escuelita, la agridulce marea del recuerdo traía a su presencia las medallas de cobre que colgaban de la pechera del capitán el día que los soldados se llevaron a su hermana selva adentro. Con todo, lo novedoso no fue la violación, si no que por primera vez la rabia, el odio y la vergüenza fueron escritas. Ella las escribió. Ayer volvió a ver al mismo oficial en un conocido restauran de la ciudad antigua. Se fijó en lo mucho que le costaba dejar de mirarse en los espejos, y tomó nota. Imaginó perros perdidos olisqueando la pegajosa piel de la impudicia, y lo apuntó. En la barra del mismo restauran, mientras apuraba la espera de mesa con un daiquiri, anotó las primera líneas de un futuro estudio al que denominó “fenomenología de una manzana”, y esto lo hizo, que tiene mucho mérito, mientras observaba un mango envejeciendo en un frutero ornamental. Tuvo tiempo también para pensar en coger un cuchillo y degollar a ese cerdo de la mesa del fondo, y lo escribió, y luego escribió que sería una acción justa, y a renglón seguido dejó escrito que no la importaría morir fusilada si no fuera por la manía que tienen de fusilar muy de mañana siendo como era que no soportaba los madrugones. Sugirió, a renglón seguido, la posibilidad de la horca, que por razones desconocidas le parecía más propia del mediodía. Pasados ciertos años, estamos en manos de la luz. Eso escribió. Antes, sin tantos años, también estamos en manos de la luz, siguió escribiendo, pero no nos damos cuenta. Sin esperar a más, guardó en el bolso las servilletas manuscritas, devolvió el bolígrafo al camarero, y abandonó aquel lugar viva, aunque en medio de fuertes arcadas.
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