lunes, 1 de junio de 2009

BARRO TIERNO

Progresivamente, casi de la nada y con lentitud pasmosa, empezó a surgir en mí una apariencia que parecía libre de todo sentido. En ese tiempo pretérito el mundo era sagrado y me sentía barro tierno donde los significados hervían a su libre albedrío. Tan es así, que tuvo que ser la lectura la que me devolviera, envuelta en un lienzo de música y números, unas palabras, las mías, hasta entonces silenciosas y sedentarias en el vientre de la celulosa. Después llegó el olvido, y llegó también una queja que, necesitada del consuelo de la victoria, supuró el inconfundible perfume de la muerte. Yo no sé nada de la muerte ni del amarillo, pero sé que es mi sufrimiento el que soporta la chatarra roja, y que es el alquímico veneno de la luz sólida el que me salva todos los días del desguace inminente, y no sé pero intuyo que es mucho río para mí, el que vislumbro tras sus ojos inevitables. A todo esto, el mundo no cambió, pero cambió mi conciencia del mundo.

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