jueves, 4 de junio de 2009

UNA CUCARACHA FELIZ

La cucaracha corría que se las pelaba por las paredes de una habitación, que si la califico de cochambrosa les ruego que se imaginen la peor de las cochambres con el fin de que su mente pueda hacerse cargo, siquiera pálidamente, de la mugre de la que hacía gala el habitáculo. Pero aún resultando excesiva tanto la cantidad de mierda como las velocidades que era capaz de coger el ortóptero, lo más asombroso del todo resultó ser que el insecto en cuestión iba de un lado para otro preguntarse por el color del caballo blanco de Santiago, pregunta ésta que en otro contexto y con otro protagonista pudiera parecer una pregunta ociosa y hasta tontorrona, pero que en esta ocasión, y por razones obvias, no lo era tanto. Esta forma extraña de pensar en una cucaracha se explica por otra rareza del animal consistente, a saber, en que era la única cucaracha capaz de digerir celulosa por ella misma, especialmente un tipo de celulosa especial a la que llaman marihuana o, a falta de marihuana, tabaco. Las antenas filiformes del bicho estaban especialmente diseñadas para detectar maría allí donde ésta se encontrara. Una vez localizada la planta, procedía a ponerse ciega. Sabido es que las cucarachas utilizan sólo dos informaciones por decidir a dónde ir, al contrario que muchos humanos que no utilizan ninguna: qué oscuro está y cuántos de sus amigos están allí. Cuanto más hubiera de ambas cosas, más atractiva le resultaba la propuesta. Como ya queda dicho que solía ponerse ciega, con la consecuencia lógica de que todos los lugares le parecían per se bastante oscuros, sólo queda añadir que sus amigos, tinterillos y chupatintas en su mayoría, resultaron ser más bien pocos tirando a ninguno, y vivían su vida resbaladiza y pringosa a través de una fina película de grasa, sin apartarse más de lo imprescindible del cubo de basura. Silenciosas y sincopadas, movía sus patas largas y espinosas de forma tal que, o bien no podían caminar, o bien volaban, con el resultado, en lo que a mí se refiere, de que emitían unas palabras mudas que ponían en mis ojos las imágenes de la catástrofe. La última vez la soñé montando a caballo por encima de las nubes y sabiéndose en el fondo de su ser una cucaracha feliz.

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