jueves, 18 de junio de 2009

CUATRO COSAS ME DIJO VALLEJO

Cuatro cosas me dijo Vallejo. Me dijo que, de entre toda la horda de signos y sombras que pululaban por aquel jardín, llegó a discernir aquel al que tanto había amado. Eso me dijo. Y me dijo también que, en ese momento de lucidez, la terca luz que todo lo habita señalaba con claridad en dirección a un corazón de piedra caliente que era horadado gota a gota por el agrio son del vinagre, resultando, como presumía, que no era otro que mi interlocutor el propietario de aquel corazón. Atinó en tercer lugar a decirme que respiraba una mezcla de sudores remezclados a su vez con la mixtura del aliento y el vapor de aire denso que emanaba de su cabeza, y eso que me dijo no acaba de entenderlo muy bien hasta que, apiadándose de mi gesto de perplejidad, me aclaró la estructura profunda del párrafo: se ahogaba. Por último, se declaró incomprensiblemente nacido, sobre todo, dijo, si comparamos tanto trajín con esta sensación de acabar deshecho en pedazos de esperada inutilidad. Yo le agradecí sus palabras y me fui. Ya en casa, tranquilo, me dedico a adecentar la cárcel del cuerpo mientras aprendo con Vallejo a desandar el llanto.

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