domingo, 7 de junio de 2009

SINFONÍA PARA UN HOMBRE SOLO

Soy un eslabón que sobrevive como puede en un estado de perdición continuo, materia orgánica sumamente dúctil que adopta formas caprichosas o amorfas según sea de profundo el aburrimiento que padezca en cada momento, un animal, en fin, al que no le queda otra que recurrir a falacias tímbricas, variaciones e improvisaciones constantes sobre mí mismo como forma de ordenar los mares de ignorancia soterradas que me ahogan, reconvirtiendo siempre que puedo las mareas en piscinas anatómicas propicias para el despiece. Yo soy aquel que escribe para el oído, y que sin mucho éxito se esfuerza hasta el infinito en lograr que su ser se adapte al orden sonoro dominante. A veces, muchas veces, me cuesta seguirme a mí mismo en según qué tipo de experiencias. Para evitar desgracias innecesarias, instalé hace ya tiempo sucesivos frenos hidráulicos al gramófono que llevo en mi cabeza, con tan mala suerte que cada vez que actúan producen un estrépito del carajo y, por ende, unos dolores de cabeza a la altura del estrépito. Sin ir más lejos, la noche pasada tuve un encontronazo onírico con soterradas sombras malayas que me obligaban a volver al odiado intervalo. Con pasión nunca vista, mascaban su desarraigo transcribiendo minuciosamente sus sensaciones en manuales de espumas que transportaban después en maletines repletos de huesos y maderas. No tuve otra que rendirme a sus tambores de acero y ofrecer como prenda de rescate mi alma recién exhumada y áfona.

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