viernes, 26 de junio de 2009

CORDOBÁN

Dejando que sus raíces cúbicas enraícen en mí, llego a lo más hondo vacío empujado por el puro peso del legajo. Es cierto que allí me esperan las ensenadas de azucenas, la luz de los tamarindos enconados, el arribar de los fletes y el trajín de la estiba, pero nada me seduce. Se desgrana la tarde desde el imaginario altozano del puerto en espera de que el aire me transfigure en cordobán y mi piel de macho cabrio quede por fin convenientemente adobada. Por razones que se me escapan, en vez de adoptar forma de macho cordobés todo lo mío se recuece en forma de aflicciones, penas y dolores provenientes del corazón, en cordojos que dirían los antiguos. Visto lo visto y harto de tanta chusma interior, me refugio en la vertical de las aspas donde todo se ventila, y así voy ventilando uno a uno los asuntos del sufrir, aunque sé que esto último tampoco me lo creerán. Pero no importa. De todo lo dicho pongo por testigo a la brazada de silencios que compiten en belleza con la ordenada turba de sarmientos sometidos al yugo del hatillo. Pregunten. Pregunten al cordobán.

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